Lo singular en su trayectoria es que, aun con éxito comercial, mantenía un profundo interés por la ciencia y el conocimiento. No buscaba protagonismo mediático, y muchas de sus actividades financiaban investigación, colecciones científicas y cultura (como el Wellcome Collection en Londres). Su empresa, Burroughs Wellcome & Co., creció sostenidamente gracias a reinversión constante, diversificación y visión a futuro.
Al fallecer, su fortuna pasó a ser administrada por el Wellcome Trust, que hoy financia múltiples investigaciones en salud global, siendo un puente entre el legado de negocio y la misión científica. El imperio de Wellcome ha perdurado como un ejemplo de cómo la construcción empresarial puede estar vinculada con un propósito más allá de la rentabilidad inmediata.
Para el mercado farmacéutico argentino, su historia tiene resonancias claras. Aquí también hay actores que iniciaron con estructuras modestas —ya sea un laboratorio local o una farmacia familiar— y que con innovación, mejora continua y reinversión han escalado para competir o colaborar en la cadena global. Lo que enseña Wellcome es que no se trata solo de hacer más, sino de mantener una visión alineada con la ciencia, de cultivar relaciones institucionales sostenibles y de apostar por el largo plazo.
Además, en un contexto latinoamericano donde la integración regional, la colaboración científica y la internacionalización son retos constantes, el modelo de Wellcome invita a reflexionar: ¿cómo pueden las empresas locales conectar con redes de investigación globales, generar reputación internacional y al mismo tiempo conservar raíces y relevancia regional?
La industria farmacéutica argentina puede inspirarse en su legado: no solo para crecer en volumen, sino para construir valor perdurable basado en ciencia, propósito y compromiso con la salud pública.
Fuente: Ámbito Financiero.