El urólogo y la disfunción eréctil
Introducción
La urología (del griego οὖρον – oûron, «orina» y -λογία, -logia «estudio de») es la especialidad médico-quirúrgica que se ocupa del estudio, diagnóstico y tratamiento de las patologías que afectan al aparato urinario, glándulas suprarrenales y retroperitoneo de ambos sexos. No obstante, muchos relacionan esta especialidad con otra de sus finalidades: la andrología, esto es, el tratamiento del aparato reproductor masculino. Esto incluye los trastornos de erección, la infertilidad masculina y otras afecciones sexuales del varón.
Se considera a Francisco Díaz (Alcalá de Henares 1527 – Madrid 1590) como el autor del primer tratado de urología. Esta eminencia es reconocida internacionalmente como el “padre de la urología universal”.
Mitos y pruritos
Para muchos el urólogo es como el “ginecólogo del varón”. Esto no es completamente cierto. Es hora de echar por tierra un mito impregnado en el imaginario de todos nosotros: el urólogo también atiende mujeres. Lo hace por sus problemas de riñón, vejiga, uréter y uretra.
Al igual que en ginecología, existen muchos pruritos en el hombre a la hora de visitar a un urólogo. Tal es así que años atrás, en la consulta, los problemas sexuales aparecían como resultado de otras enfermedades urológicas, como los problemas de próstata. Dado que las soluciones para estas afecciones no existían, y que los métodos de diagnóstico eran muy rudimentarios, únicamente se podía actuar sobre las causas que producían las disfunciones sexuales. Por ejemplo, modificar hábitos como el tabaquismo, alcohol, estrés, sobrepeso, colesterol, o bien cambiar prescripciones médicas que podían tener una incidencia sobre dichas disfunciones (como algunos antihipertensivos, medicamentos para la úlcera gástrica y especialmente antidepresivos).
La mayoría de las veces el urólogo tenía solo dos posibilidades: la prescripción de medicamentos placebos y la derivación al psicólogo. Llegaba un punto en que el propio paciente se daba en general por vencido, asumiendo estas patologías como propias de la edad, o de su personalidad, “tirando la toalla”, y renunciando definitivamente, a veces en la plenitud de la vida, a su vida sexual.
Hasta que un día llegó el Viagra (y la ciencia fue progresando)
Pasaron los años, la ciencia avanzó, se intercambiaron conocimientos desde la investigación primaria, la química, la medicina, la farmacología, y poco a poco, se fueron descubriendo los mecanismos intrínsecos de la erección (anatómicos, fisiológicos, bioquímicos, moleculares, hormonales); se perfeccionaron los métodos diagnósticos y se pudo comenzar a dar alguna solución al individuo con disfunción sexual. Si bien gracias a estos adelantos, se pudo diferenciar estrictamente lo que era psicológico de lo orgánico, con el estudio de las erecciones nocturnas, se produjo un cambio en la visión del problema.
Los tratamientos médicos fueron progresando (inyecciones intracavernosas y tratamientos hormonales), y los mismos servían como apoyo a la terapia sexológica. Además se estudió y trató una nueva entidad, un mecanismo común a todos: “la angustia del desempeño”, interpretado como la ansiedad y el miedo al fracaso. Todos estos avances produjeron un incremento en la consulta urológica de disfunción sexual, constituyéndose ahora sí, el urólogo en el especialista en este campo.
Además, y por lo señalado anteriormente, el tratamiento de estos pacientes fue multidisciplinario, monitoreado muchas veces por el urólogo, y contribuyendo con éste, el sexólogo, el psiquiatra, el cardiólogo o el clínico.
Y un día, el 27 de Marzo de 1998, llegó el Viagra (de manera absolutamente casual, pero reforzando años de investigaciones). La irrupción fenomenal de este producto tuvo una doble contribución: la ayuda farmacológica, pero más importante aún, la naturalización de la disfunción eréctil. La “pastilla azul” rompió tabús, quebró barreras y revolucionó la sexualidad.
El papel de la mujer
Un factor decisivo en la ausencia de resignación del paciente ante sus problemas sexuales fue la mujer. La pareja dejó de tener un comportamiento pasivo en el encuentro sexual, y comenzó a tener un rol igualitario en la búsqueda de placer. Por eso comenzaron a llegar a la consulta urológica varones que concurrían impulsados por sus esposas, que requerían mejor desempeño.
La (incómoda) visita al urólogo
Ahora bien, ¿en qué consiste una visita de rutina al urólogo? Luego de una charla inicial en donde el paciente expondrá sus antecedentes y el motivo de la consulta, el médico usará unos guantes para explorar visual y manualmente el pene y los testículos: el color de la piel, si existieran lesiones o anomalías; las condiciones y capacidad de retracción del prepucio y las ingles.
El paciente no debería sentir vergüenza ya que en promedio el urólogo ve entre 15 o 20 genitales diarios. Pero la realidad indica que sí les da rubor, sobre todo cuando toca y sopesa los testículos y levanta el pene. ¡Es definitivamente incómodo! Y ni que hablar cuando llega el momento de la exploración rectal. ¡Bingo!. El método táctil, lamentablemente para el hombre, es el único que hay para determinar el estado del ano y la próstata.
Finalmente, ya con el pantalón puesto, el médico dirá si hay algo que analizar o tratar. En definitiva, más allá de la vergüenza y el humor que uno pueda querer darle a este tema, la visita al urólogo es fundamental y ayuda a prevenir y/o tratar muchas enfermedades y trastornos.
Gregorio Zidar (hijo)