El sistema de salud europeo y norteamericano

       Orígenes europeos

Sumner Slichter, profesor de la Universidad de Harvard, afirmó hace muchos años » la sociedad es una sociedad laborista, más que capitalista». Este quizás sea un concepto demasiado radical, pero no por ello erróneo. El enfoque  intenta reflejar el hecho que todo ser humano forma parte, en algún momento de su vida, de la masa laboral ya que pasa gran parte de su tiempo en el trabajo, y su producción constituye un aporte al PBI.

Los orígenes del sistema de salud se remontan a 2 países, que representan 2 modelos antagónicos. En el sistema de origen alemán la administración es un mero gestor, en cambio en el modelo inglés el Estado agrupa y ofrece todos los servicios. Bismarck y Beveridge son sus ideólogos, respectivamente.

Bajo estas premisas nacieron los sistemas de seguros sociales (modelo Bismarck) y los servicios nacionales de salud (modelo Beveridge). Ambos son los referentes sanitarios que imperaron en Europa, y en definitiva en todo el planeta.

       Modelo alemán

En la Alemania de 1883 nació el modelo Bismarck a raíz de las precarias condiciones de vida que regían en gran parte de Europa occidental. El gobierno comenzó a gestionar los fondos de enfermedad de los sindicatos, y creó el seguro obligatorio de enfermedad para compensar las incapacidades y cubrir los gastos de la atención médica de los obreros.  Fue así como surgió la responsabilidad patronal sobre los riesgos laborales de sus trabajadores. Con el correr de los años, el seguro obligatorio se extendió a otros países del continente e incluso se adoptó para la población de mayor poder adquisitivo, orientado hacia la prevención y curación. A su vez, los hospitales se configuraron como el centro de atención sanitaria.

Este modelo se basa en que la ciudadanía acceda a la atención sanitaria a través de organizaciones privadas y, para ello, tanto empresarios como trabajadores pagan cuotas que van directamente a las compañías que gestionan los servicios médicos. En consecuencia, el Estado es más bien un regulador de dichos servicios. En otras palabras, garantiza las prestaciones sanitarias a través de cuotas obligatorias, siendo la financiación tripartita: patrón, obrero y Estado.

       Modelo inglés

El esquema británico fue ideado por Beveridge en 1948 bajo la concepción del Estado de bienestar europeo, en donde el gobierno debe aplicar determinadas políticas sociales que garanticen el bienestar de los habitantes en aspectos tan vitales  como la educación y la salud. El principio fundamental es que la atención sanitaria es un derecho de los ciudadanos.  Como el acceso a la salud es universal, todo servicio médico está directamente gestionado por el Estado.

A diferencia del modelo alemán, los aportes al sistema se realizan acorde a los ingresos.

El financiamiento surge de los impuestos, por lo cual las prestaciones están controladas por el gobierno de turno.  Concretamente, el sistema Beveridge es logrado a través de la negociación entre los sectores empresarios, los trabajadores y el Estado.

Otra diferencia sustancial entre ambos sistemas radica en el papel que toma el paciente. En el esquema alemán, los ciudadanos pueden elegir entre los diferentes servicios y médicos disponibles, mientras que en el sistema británico, por regla general, los ciudadanos tienen que ir al galeno de cabecera y este les derivará a un especialista si es necesario.

       Estados Unidos, el otro gran sistema sanitario

Si hay un defecto para marcarle a la gran potencia mundial es precisamente su sistema de salud, que es completamente privado y deja desamparados a los más vulnerables. El tema se ha convertido en la última década en una profunda grieta que divide a republicanos y demócratas. El ex presidente del país norteamericano Barack Obama intentó regularizar la situación a través del “Obamacare”, un sistema parecido al de Bismarck, que garantizaba la asistencia a la población con escasos recursos.

La lógica que impera en Estados Unidos es que cada uno se pague un seguro propio en lugar de subir impuestos. Este razonamiento no es potestad exclusiva del área de la salud, sino que se aplica en otros ámbitos. La idea central es que el Estado debe intervenir lo mínimo posible en la vida ciudadana (y por ello los impuestos deben ser moderados).

El mercado surge de la relación entre profesionales, aseguradoras y usuarios, siendo calve su poder de negociación. El principio fundamental de este modelo es la competencia de mercado, y se trabaja por la libre elección de aseguradoras y prestadores de servicios. En definitiva, el acceso a la salud queda determinado por la capacidad de pago del usuario.

En comparación con Europa, el sistema norteamericano depende de pólizas privadas. Si los ciudadanos no pueden pagarse un seguro tienen que recurrir a los sistemas sociales, orientados a colectivos sin recursos y a veteranos de guerra, que son de una calidad muy inferior a los particulares.

La salud privada es de enorme calidad y se traduce en el cuerpo médico, escasas listas de espera, etc. Pero lo realmente admirable es, como todo en Estados Unidos, la infraestructura. Basta recorrer la célebre Clínica Mayo para darse cuenta que parece más un ciudad que un hospital.  Gran parte de la infraestructura en el país posee un enorme grado de innovación tecnológica y científica, difícil de replicar en otras latitudes.  Pero el problema es que el acceso estos lugares es muy oneroso. En consecuencia, el gran déficit de este sistema es su aspecto social: es regresivo, ineficiente y poco solidario. La película “John Q.” (protagonizada por Denzel Washington) da cuenta de estas características y desnuda de manera explícita el drama que viven muchos norteamericanos pobres e indigentes.

       ¿Y el modelo argentino?

Nuestro sistema está basado en un modelo mixto de participación estatal y privado en el financiamiento y la prestación de la salud. Como resultado, conviven 3 subsistemas: público (tipo Beveridge), social (similar al alemán) y privado (semejante al norteamericano).

Es indudable que hay enormes diferencias en la conformación de los distintos sistemas. Apuntan claramente a poblaciones y (financiamiento) distintos. Sus actores e intereses son completamente disímiles.

El gran problema que tenemos es que cada vez más gente depende del sistema público, así como cada vez es mayor la cantidad de argentinos que subsisten gracias a la ayuda estatal (planes sociales). Esto se traduce inexorablemente en un aumento de la carga impositiva para financiar estas inversiones. De este modo, quienes disfrutan de un seguro privado no dejan de pagar la atención sanitaria pública.

Pese a ello, considero que el sistema sanitario de Argentina es uno de los mejores del mundo, aunque se puede mejorar a través de más innovación, flexibilidad y participación.

Gregorio Zidar (hijo)

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