Introducción
Nuestro país es muy complicado. Tiene severas fallas multi-sistémicas. No funcionan correctamente el congreso, la justicia y básicamente tenemos una concepción de país equivocada. En definitiva, Argentina no logra encontrar el rumbo (sin importar el signo político). Hasta acá nada nuevo. Pero hay algo que si funciona, aunque tiene defectos y cosas por mejorar: el sistema de salud.
La base de nuestro sistema se basa en el personal sanitario. Contamos con médicos y enfermeros de primer nivel, a pesar de sus paupérrimas condiciones laborables. La infraestructura, lejos de ser ejemplar, no desentona. Las obras sociales y prepagas, en su gran mayoría, funcionan correctamente. La foto la completa la industria farmacéutica nacional, que también está a la altura de las circunstancias.
Clasificación
El sistema de salud está basado en un modelo mixto de participación estatal y privada en el financiamiento y la prestación de la salud. En consecuencia, existen 3 subsistemas: público, social y privado, provocando como resultado una marcada diferencia en cuanto a su conformación. Apuntan claramente a públicos objetivos distintos y el origen de sus recursos proviene de fuentes diferentes. Sus actores e intereses son completamente heterogéneos.
El sistema público
En el régimen público se atiende en forma gratuita la población que no posee cobertura. Está conformado por hospitales públicos de gestión descentralizada y centros de atención primaria (donde el paciente accede a los medicamentos). El Ministerio de Salud, tanto a nivel nacional, provincial y municipal, es el órgano encargado de la gestión y el control.
El funcionamiento de este sistema depende de las políticas sanitarias del gobierno de turno. Cabe destacar que sus servicios poseen una amplia distribución geográfica, con presencia en las zonas desatendidas por el sector privado por cuestiones económicas. Ese es su verdadero valor.
El financiamiento del sistema proviene de la recaudación fiscal que realiza la AFIP y se ejecuta a través de la partida presupuestaria asignada al Ministerio de Salud.
El sistema social
La seguridad social está conformado por el PAMI, obras sociales sindicales y provinciales (la más grande es IOMA) y del personal de dirección. Esto significa que es utilizado por los jubilados del régimen nacional de previsión social y por todos los trabajadores en relación de dependencia, así como monotributistas e individuos con seguros de desempleo.
Cabe destacar que son más de 300 instituciones que en la mayoría de los casos no efectores de salud, sino que funcionan bajo la figura de un tercer pagador de las prestaciones que si efectúan el subsistema público y privado.
La seguridad social es financiada por el aporte que hacen los empleados a través de sus salarios y por las contribuciones patronales.
El sistema privado
El subsistema privado está conformado por aseguradoras de salud (comúnmente llamadas prepagas) y prestadores independientes. Existen en Argentina casi 200 empresas de medicina prepaga, que en su mayoría cuentan con clínicas o sanatorios propios (están integradas verticalmente). Todas ellas funcionan buscando el rédito económico, aunque este subsector también abarca a las cooperativas y mutuales de salud sin fines de lucro (no operan como obras sociales).
En la medicina prepaga, la población objetivo está mayormente conformada por individuos de poder adquisitivo medio y alto, que buscan calidad y mayor previsibilidad en los servicios de salud. Las prepagas ofrecen un amplio menú de planes que se van encareciendo a medida que la cobertura es mayor.
Estas empresas obtienen su recaudación con el aporte de sus afiliados, ya sea en forma directa o indirecta (el empleado en relación de dependencia que no opta por su obra social correspondiente).
Modelo fragmentado
Hemos señalado que el sistema de salud dista mucho de la perfección. Hay cuestiones puntuales para corregir, más allá de la falta de recursos. La falta de coordinación entre los 3 sistemas es un aspecto central a mejorar. El modelo argentino sufre de una fuerte fragmentación, ya que los distintos sistemas conviven en forma desintegrada y desarticulada. En consecuencia, se genera un gasto desmedido y una ineficiente asignación de los recursos.
La falta de coordinación se traduce en prestaciones de salud muy desiguales, y lo que es peor aún, aparecen casos la doble cobertura. Que haya poco presupuesto para la salud es lógico en un país como el nuestro, donde las carencias son múltiples. Pero el verdadero pecado es no aplicar dicho presupuesto con eficiencia.